¡Hola! Me gustaría antes de nada
agradecer a toda aquella gente que me sigue o que lee alguna de mis locuras.
Tengo visitas de distintos puntos de la geografía mundial y es realmente
reconfortante ver que esto puede llegar a sitios tan dispares. Pero he de decir
que me gustaría que la gente se animara un poco más a comentar o sobre todo, a
proponer ideas. Este blog está teniendo mucha más acogida de la que esperaba,
pero ya que la gente lo sigue y lo lee, me gustaría de veras que todos
participarais. Mil gracias de todas maneras por dedicar parte de vuestro
tiempo, ese tesoro preciado, a leer esto. Estoy tremendamente agradecida.
Recopilando lo que he ido
poniendo en las anteriores entradas, tengo post pendientes que he prometido
como uno en el que explique la factura de la luz (estará al caer), otros post
que forman parte de una cadena (los pecados por ejemplo, de los cuales llevo
escrito sobre dos) y otros post que forman la mayoría, ya cerrados. He tratado
de hablar sobre temas de actualidad, sobre temas que ya no son de actualidad
pero que me resultaban curiosos o incluso me he atrevido a rescatar mi parte
poética. Quizás falte algún post más alegre o que nos levante una sonrisa. Tengo
muchas entradas pensadas y me gustaría que vosotros participarais con vuestras
ideas.
En la entrada de hoy completaré
una pieza del puzle de los pecados. El siguiente del que hablaré es el odio.
Trataré como siempre de que sea corto.
El odio lo describen como una
emoción o un sentimiento. Yo lo definiría más bien como un reflejo. ¿Por qué?
Creo que el odio se destapa en nosotros cuando existe una ausencia de amor y
surge como reflejo ante un temor, ante una imagen no deseada o ante un
sentimiento que no contábamos tener. Aparece ante nosotros como la salida más fácil
ya que nos aporta autoconsuelo, autoconfianza y refugio. Nos permite crear un
caparazón impenetrable que nos protege ante agentes externos como la confianza,
la comprensión y el afecto. Por el contrario, permite que se contagien
sentimientos de rencor, suspicacia y miedo. El odio es la venganza de aquel
cobarde que no ha sabido enfrentarse a la realidad y desvía todas sus fuerzas a
odiar a los demás y sobre todo, de odiarse a sí mismo.
Yo creo que hay dos tipos de
odio: el que se ve y el que no se ve. En el primer grupo está todo el odio
palpable, el odio al niño que te robó la pelota, el odio al compañero que te ha
hecho daño, el odio al jefe insoportable, el odio a la suegra refunfuñona... y
en el segundo grupo está el odio que nos invade poco a poco sin darnos cuenta:
el odio a nosotros mismos, a nuestra forma de ser, a la vida en general, el
odio a las circustancias que nos han llevado a una situación determinada, en
resumen, el odio a la vida. El primer tipo de odio es el más fácil de curar,
simplemente con un poco de compresión, tratando de eliminar rencores y recapacitando
sobre la inutilidad de este sentimiento. Sin embargo el segundo tipo es mucho
más difícil de eliminar porque es mucho más difícil de detectar. No obstante quizás
sea el más extendido. La gente se pasa mitad de su vida odiándose a sí mismo y
a su entorno. Y es el primer paso de la infelicidad. La medicina para este tipo
de odio es, sobre todo, el conocimiento de nuestra persona, el amor por uno
mismo (sin caer en la prepotencia), la eliminación del victimismo (otro de los
pecados sobre los que hablaré otro día), el pensamiento positivo y sobre todo,
la predisposición a querer cambiar. Todos necesitamos nuestro momento para
nosotros mismos, para conocernos y saber qué queremos, a dónde queremos llegar
y qué es lo que nos va a ayudar a conseguir nuestro objetivo.
Repitiéndome (suelo hacerlo a
menudo), digo que hay que buscar metas en nuestra vida alcanzables que no nos
hagan frustrarnos y odiarnos. Al final todo está relacionado y el hacer las
cosas bien en un aspecto nos ayudará a mejorar el resto.
No me voy a extender mucho más,
sólo daros un consejo: No honres con tu odio a quien no podrías honrar con tu
amor. (Friedrich Hebbel).
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