martes, 30 de julio de 2013

Un día negro

En tan sólo un segundo el reloj biológico deja de sonar, la cuerda se acaba y las agujas se paran. Ese reloj que tanto nos ha costado construir, diseñar y que con tanto cariño le hemos dado cuerda día tras día. Quizás no era la hora de ese reloj, quizás debería estar funcionando muchos años más, pero se ha parado. Y eso es lo que nos asusta, nos entristece e inunda de soledad nuestros corazones. 
A diario unos 380.000 relojes detienen su marcha imperiosa en España, ¿Pero qué hace que el suceso del 24 de julio sea una catástrofe? ¿Qué hace que sintamos un vacío enorme? ¿Qué es lo que hace que nos solidaricemos con todas las familias que han perdido una parte de su esencia en ese tren maldito? 
Lo inesperado del suceso, el sentimiento de solidaridad, el horror concentrado en un tren, el darnos cuenta de que no sabemos cuando nuestro reloj se parará, por ello debemos mimarlo, adorarlo y disfrutarlo. Como dice Luz Casal: "Cando penso que te fuches negra sombra que me asombras ó pé dos meus cabezales tornas facéndome mofa".


Cada vez que sucede una tragedia así, jugamos a ser jueces dictaminando nuestra sentencia contra una persona, jugamos a ser periodistas (yo misma) escribiendo y relatando lo que nos gustaría que se publicara en los periódicos y criticamos la cobertura que se hizo sobre el accidente, jugamos a ser maquinistas como si fuéramos expertos en la materia, sistemas de frenado, sistemas de alarma, ahora sabemos de todo eso... jugamos a ser políticos aventurándonos a decir que si es un fallo técnico (es decir, responsabilidad del Ministerio de Fomento) podremos perder contratos millonarios para líneas de alta velocidad en Brasil, jugamos a ser ingenieros asegurando una solución para evitar estas catástrofes... Pensamos que sabemos más de lo que sabemos. 

Sin embargo, lo que si me gusta, lo que sí me llena de orgullo y lo que sí me colma de satisfacción es cómo la gente ha jugado a ser bombero, ha jugado a ser médico y ha jugado a ser policía, arriesgando su propia seguridad por salvar a posibles víctimas que sin su ayuda quizás la cifra mortal podría haber sido mayor. Me consuela pensar que este país, tan criticado por sus ladrones, por sus cínicos y por sus representantes, tienen de base a gente solidaria, que acude a donar sangre, a dar mantas, a romper puertas y utilizarlas como camillas. Esos hombres de traje que han ido a ver la tragedia, esos hombres de traje que han simplemente cumplido con su cargo en un momento, esos hombres de traje que aprendan de esos bomberos que desconvocaron una huelga, que aprendan de esos médicos que estaban de vacaciones y acudieron sin dudarlo, que aprendan de esos vecinos que ayudaron en todo lo que pudieron y que aprendan, en definitiva, del pueblo a cómo ser personas.

Un abrazo a todos los afectados por esta catástrofe y a todos aquellos, que también de forma inesperada, detienen su reloj.



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